Interesante entrevista al fotoperiodista norteamericano Timothy Fadek.
Dejó la fotografía publicitaria para cubrir conflictos armados en Iraq, el Líbano, Haití, Macedonia, Israel o Palestina y documentar asuntos tan espinosos como los asesinatos de las mujeres en Juárez o la fiebre del oro en Mongolia. Se trata del todoterreno Timothy Fadek, representado desde hace poco por Redux Pictures y cuyas instantáneas han ilustrado –entre otras- las páginas de Time, The New York Times o National Geographic. Quesabesde ha hablado con este fotógrafo estadounidense que vive a medio camino entre Nueva York y Berlín acerca de la muerte y la destrucción, de lo difícil que es vivir del fotoperiodismo y de que si no estás en forma y no eres capaz de orientarte en una ciudad cuando te persiguen, estás perdido.
Antes de dar el salto al fotoperiodismo y la fotografía documental trabajaste en publicidad. ¿Por qué ese cambio de rumbo?
Es una de esas decisiones sobre las que no acabas de comprender el porqué. Para empezar, después de una exitosa carrera de seis años en publicidad descubrí que no era feliz trabajando en una oficina para clientes de grandes empresas. Por aquel entonces también estaba recibiendo clases de fotografía. Desde adolescente me había considerado un fotógrafo principiante, pero fue en esa época cuando me percaté de la existencia del fotoperiodismo gracias a la revista Life y a las obras de Robert Frank, William Klein, James Nachtwey y Christopher Morris que veía cada vez que visitaba una librería.
Timothy Fadek
Estos autores dedicaban su vida a lanzar un mensaje político o social, y me di cuenta de que yo también quería hacer lo mismo. No había manera de combinar el trabajo de publicitario con el de fotoperiodista, así que dejé mi trabajo. En aquella época vivía en Alemania. Volví a Nueva York y me apunté a la School of Visual Arts, y ahí estuve aprendiendo fotografía durante dos años. Mi objetivo era mejorar mi habilidad técnica y también aprender el proceso de disparar, editar y presentar una imagen.
En el mundo de la publicidad se gana mucho dinero. En el fotoperiodismo, no. Pero a día de hoy sigo estando contento de la decisión que tomé: ganar menos pero que mi trabajo tenga más sentido.
Tus fotografías han aparecido en cabeceras como Time, National Geographic y The New York Times. Vista la situación del fotoperiodismo hoy día, ¿es más complicado publicar algo y cobrar por ello que ser fotógrafo de guerra?
En los últimos diez años he visto cómo los presupuestos de periódicos y revistas se reducían a la mitad. Mi única fuente de ingresos ha caído un 25%, y eso es muy desalentador. Todos los fotógrafos tenemos un montón de ideas y proyectos que queremos hacer, pero no podemos llevarlos a cabo de la forma tradicional, es decir, proponiéndolos a una revista.
A pesar de eso, muchos de nosotros nos embarcamos en proyectos personales, hacemos fotos y volvemos con el material para enseñarlo a las revistas, aunque sabemos que todo esto ya no tiene el peso que tenía antes. Estos últimos años ha quedado bastante claro que la tendencia en el fotoperiodismo es la de buscar fuentes de ingresos alternativas como becas, webs de mecenazgo como Kickstarter y otros métodos de financiación parecidos.
Una de las fotos que Fadek hizo en la guerra del Líbano de 2006. El enfrentamiento entre Hezbollah e Israel se saldó con más de 1.200 víctimas mortales, la mayoría de ellas civiles libaneses. | Foto: Timothy Fadek
Con el fin de subsistir, algunos de mis colegas hacen también fotografía de bodas. Yo ocasionalmente trabajo para empresas haciendo reportajes especiales de fin de año y cosas por el estilo. Además de ganar dinero para vivir, con esto también puedo subvencionarme aquellos proyectos más personales. Los viajes de trabajo que hago me cuestan un dineral que no aparece por arte de magia en mi bolsillo. Tengo que ganarlo de alguna manera y evitar que mi cuenta bancaria esté en números rojos, algo que sucede con demasiada frecuencia.
Así pues, son los trabajos de las grandes empresas los que me permiten llevar a cabo asuntos más personales. Es una situación curiosa. Dejé mi trabajo en publicidad para dedicarme a la fotografía y ahora intento sacar dinero otra vez de la fuente [de ingresos] que dejé atrás para pagarme lo que quiero hacer en otro terreno.
Tu trabajo te ha llevado a viajar por todo el mundo y ver todo tipo de destrucción: la engendrada por la naturaleza, como el terremoto de Haití en 2010, y la perpetrada por el hombre en los distintos conflictos que has presenciado. ¿Cuál de ellas es más difícil de aceptar?
La mayor diferencia es que la muerte y destrucción provocada por y entre personas es mucho más trágica. Creo que es porque pone en relieve la crueldad humana. Comparada con un terremoto, un huracán o una inundación, la muerte y destrucción en estos casos sigue siendo trágica pero no hay nada que podamos hacer. Es la tierra que se mueve, y no creo que Dios tenga nada que ver en ello. Es algo que ha sucedido durante millones de años y seguirá pasando.
Sin embargo en un desastre natural hay tragedias humanas que se podrían evitar construyendo casas más seguras, por ejemplo. Y lo demuestran ciudades como Tokyo, Los Ángeles o San Francisco, con su arquitectura que permite el vaivén de los edificios. Pero en muchos países pobres la tecnología no se usa y la corrupción propicia que se construyan casas de una calidad paupérrima que caen como naipes cuando hay un terremoto, y eso aumenta el número de muertos.
Si el terremoto de Haití hubiera tenido lugar en Los Ángeles, pese a que no hay manera de determinarlo con exactitud, seguro que el número de casas destruidas hubiera sido muy inferior. Haití es un país extremadamente pobre y ha sido así casi toda su existencia. Son las décadas de corrupción en el gobierno y la pobre construcción de las viviendas lo que provocó la muerte de un cuarto de millón de personas.
Por otro lado, no creo que la fotografía por sí sola pueda provocar cambios o influir en decisiones, pero sí que podemos usarla para ser conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor y más allá de las paredes que conforman nuestros hogares. Aunque no hay nada que podamos hacer después de la muerte y destrucción, sí podemos mostrar qué ha pasado, por muy duro que sea mirar esas imágenes. Una familia en Suiza, por ejemplo, se dará cuenta así de lo bien que vive.
Estamos saturados de información y ya nada parece afectarnos, ni siquiera las imágenes más impactantes. Con toda probabilidad, la fotografía de Nick Ut de la niña del napalm no tendría hoy día ni la mitad de la fuerza que tuvo en su momento.
Estoy completamente de acuerdo contigo. Yo mismo me he preguntado eso mismo muchas veces. Mi opinión acerca del poder de la fotografía está cada vez más cimentada en un creciente cinismo, pero intento mantener un punto de vista optimista acerca del mundo y la fotografía en general.
Por un lado, si miro el número total de conflictos que hay actualmente y el nivel de destrucción y muerte que provocan, éste es muy inferior al que había antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Ésta y otras grandes guerras, como la Primera Guerra Mundial y la guerra civil estadounidense, provocaron un número de muertes irrepetible. Las guerras actuales provocan miles de muertos, no millones. Así pues, la guerra global continuará a un nivel más local.
La última gran guerra mecanizada que vimos fue la invasión de Iraq en 2003, y desde entonces no hemos visto nada parecido. Incluso la reciente incursión francesa en Mali parece pequeña si la comparamos con acontecimientos anteriores. Las guerras seguirán existiendo, pero espero que sus efectos sean cada vez menores.
"Haiti Earthquake" | Foto: Timothy Fadek
Si pensamos en la guerra de Bosnia, se extendió por los Balcanes y fue una de las últimas grandes guerras, pero tuvo un efecto muy pequeño en el número de muertes y en el nivel de destrucción. Si nos fijamos en la Bosnia actual, veremos que la gente ha pasado página muy rápidamente. Y eso que la guerra acabó hace menos de diez años. Tres décadas después de la Segunda Guerra Mundial, Europa seguía en proceso de recuperación.
En respuesta a la pregunta sobre la fuerza de la fotografía hoy en día, está claro que la gente está inundada por imágenes y que éstas no tienen tanto impacto como antes. Debido a esto, el mundo de la fotografía está cambiando, y personalmente reacciono a estos cambios centrándome en historias y reportajes con los que puedo tratar un solo tema durante semanas y meses. Me alejo así de lo de ir a un sitio, sacar el teléfono móvil y hacer la foto.
Ésa es la diferencia entre un fotógrafo profesional dedicado a una historia y cualquiera que haga una foto con su teléfono móvil. Ése es el camino que veo para el futuro del poder de la fotografía.
Ahora mismo mucha gente cree más en lo que lee en Twitter que en lo que publica el periódico de toda la vida.
Mucha gente, especialmente los jóvenes, reciben sus noticias a través de Twitter o Facebook, por ejemplo, en lugar de hacerlo por otras vías más tradicionales como la BBC, la CNN u otras cadenas de noticias. Ahora la gente ve un vídeo de Al Jazeera, la BBC o la CNN porque un amigo en Facebook se lo ha recomendado.
Las formas en las que recogemos la información han cambiado. Yo ahora no me siento a las seis de la tarde delante del televisor para ver las noticias. Tengo televisor, pero creo que lleva más de medio año apagado. La última vez que lo puse en marcha creo que fue porque estaba aburrido. Si voy en busca de noticias, me voy a las páginas web en las que confío, y si hay algún vídeo que pueda ver, lo veo. Soy muy selectivo, y así es también el mundo, que busca constantemente información y no espera recibirla de manos de las grandes compañías.
En tu proyecto “Something’s Rotten in Athens” (“Hay algo podrido en Atenas”) vemos una imagen de tres hombres inyectándose heroína en la calle y a plena luz del día. ¿Qué tiene que suceder para que alguien llegue a ese extremo?
Es importante entender que hace mucho tiempo que existe la drogadicción en Atenas. No es algo nuevo. Lo que sí es nuevo es el aumento en el abuso de las drogas entre la población más joven. Algunos estudios apuntan que esto se debe a los problemas económicos. Es como una vía de escape para ellos. La heroína es más barata ahora que antes y eso hace que los jóvenes tengan acceso a ella.
Además, ahora mismo la policía está más pendiente de los problemas que genera la inmigración que de proteger a sus ciudadanos de las drogas. Tienen las manos atadas. Así que muchos se drogan en plena calle sin miedo a ser detenidos.
“Something’s Rotten in Athens” | Foto: Timothy Fadek
¿Cómo te las apañaste para conseguir esa foto?
Los griegos son gente muy educada. Yo siempre me acerco a la gente y les pregunto qué hacen y si puedo fotografiarlos. En este caso en concreto pensé que debía devolverles el favor si aquellos hombres me permitían estar allí mientras se inyectaban heroína. Se habían gastado todo el dinero en drogas y no les quedaba nada para comprar comida. Les ofrecí un par de sándwiches que llevaba encima, y aunque me pidieron dinero, no se lo di.
Nunca he pagado a nadie para que me dejara hacerle una foto. Creo que dar un sándwich a cambio era la mejor transacción posible en aquel caso.
También estuviste en Egipto durante la revolución de finales de 2011. ¿Fue realmente tan peligroso estar allí como muestran tus fotografías?
Absolutamente. Este proyecto empezó de un modo distinto. Volé a Egipto en noviembre de 2011 porque quería hacer un reportaje acerca de la no revolución o de cómo ésta había fracasado. Esto fue antes de las elecciones presidenciales. Todos los esfuerzos por conseguir la dimisión de Mubarak resultaron en una simple transición de poder, así que los egipcios se enfadaron y quedaron defraudados por aquella situación. Yo quería ir allí y fotografiar eso. No es fácil fotografiar la desilusión, pero quería intentarlo.
A los tres días de haber llegado a Egipto la violencia estalló en las calles y en la plaza de Tahrir, ya que la policía fue allí para echar a los manifestantes del lugar. Eso provocó más violencia, y el resultado fueron seis o siete días de luchas callejeras muy intensas. Más de 40 personas murieron por culpa de los gases y los disparos, y más de 2.000 sufrieron heridas. Otros quedaron ciegos por los disparos que recibieron en la cara. El peligro era muy real, y más todavía para alguien como yo o cualquier otro fotógrafo que intentara meterse allí en medio de todo.
Estaba igual de expuesto que los manifestantes cuando la policía usaba gases lacrimógenos, y aunque no me dispararon con munición real, sí que me alcanzó una bala de goma en el hombro y otra en la pierna. El gas es muy debilitante y era imposible trabajar sin una máscara protectora, así que compré una a los dos días de estar allí. Me permitía estar en la calle el tiempo suficiente para hacer algunas fotos, pero el peligro de que te dispararan era tan alto que tenías que salir, hacer unas cuantas fotos y volver.
Si te quedas mucho rato en la calle haciendo fotos, en medio de la ebullición y los combates, desarrollas lo que se llama visión de túnel, así que constantemente me recordaba a mí mismo que tenía que salir de allí cada diez o quince minutos para mantener siempre una buena perspectiva y estar a salvo. Y volví vivo, afortunadamente.
Está claro que uno no debe meterse en según qué sitios sin un plan previo.
En términos logísticos es algo muy importante. Cuando vi que la situación se descontrolaba me percaté de que no había entendido las calles de El Cairo lo suficientemente bien. Sólo llevaba allí tres días y hasta entonces básicamente me había movido por la ciudad en taxi. Y eso puede ser mortal cuando te persiguen la policía o los manifestantes.
Porque no hay que olvidar que el peligro viene por todas partes, no sólo de la policía. Los manifestantes se vuelven muy paranoicos cuando ven a un extranjero, y a mí me acusaron de ser un espía. Ser americano tampoco ayudaba mucho en esa zona.
Si sales a la calle, tienes que saber cómo volver a tu hotel de un modo rápido. Antes de ir hacia a la acción, debes tener una vía de escape y tener una idea clara del mapa del lugar.
Otro aspecto importante es contar con una buena red de gente, aunque trabajes solo, como yo. Es importante estar en contacto con otros fotógrafos y periodistas, que la gente sepa dónde estás en todo momento. Es una buena manera de mantenerse con vida. Aunque los fotógrafos compitamos por conseguir la mejor foto, hay que estar en contacto con el resto de compañeros para cuidar unos de otros.
Una de las fotografías que hiciste en El Cairo acabó en la portada de la revista Time, que a su vez publicó un extenso reportaje con imágenes tuyas. ¿Fuiste allí por encargo de dicha publicación o habías ido por tu cuenta?
Estaba allí para un proyecto personal. Ninguna agencia me había mandado a aquel lugar. A los dos o tres días de cubrir lo que estaba sucediendo mandé unas cuantas fotos a los editores de Time, con los que había trabajado antes. Me pidieron más fotos, y al final seleccionaron algunas de mis imágenes. Entonces los combates acabaron y ya no tenía demasiado sentido que me tuvieran allí trabajando para ellos.
Viendo las fotos que hiciste en El Cairo no queda muy claro si lo que estamos presenciando es una lucha por los derechos humanos o a humanos destruyéndose unos a otros.
Durante mucho tiempo ha habido un gran debate acerca de la influencia que tienen los medios en el comportamiento de la gente en la calle. No obstante, en El Cairo la violencia estallaba en plena calle sin que hubiera ningún medio presente. Así que en muchos aspectos el comportamiento de la gente en la calle era muy puro. Era el resultado de un enfado puro contra la policía y lo que representaban las fuerzas de seguridad en general.
"The Revolution's Second Act" | Foto: Timothy Fadek
Cuando mis compañeros fotógrafos y yo asomábamos la cabeza en lugares así normalmente nos ignoraban, y eso me gustaba. En otras palabras, nadie se hacía el chulo delante de la cámara.
En situaciones como las de El Cairo, los manifestantes crean caos y destrucción para luchar y rechazar el miedo que la policía intenta inculcarles, ya que las fuerzas de seguridad son muy buenas en todas partes a la hora de generar miedo para que los manifestantes dejen de protestar.
¿Cuál es el nivel de implicación que debe asumir un fotógrafo en una historia para contarla como es debido?
Creo que hay una diferencia entre fotografía de noticias y fotografía de reportaje. En las imágenes de noticias la implicación emocional no es una prioridad.
Como fotógrafo, si de verdad siento en mi corazón una empatía con la gente que estoy fotografiando, eso se dibuja en mi rostro. Si no me importase la gente a la que fotografío ni siquiera estaría allí. Las personas que tengo delante de mi cámara pueden sentir y ver si estoy con ellos o no. No son estúpidos. Lo ven en mi cara y en mis ojos.
Siempre intento establecer un contacto visual con la mirada antes siquiera de levantar la cámara. Si siento que no soy bienvenido y veo que la gente siente vergüenza con mi presencia, simplemente me alejo y busco a otras personas que entiendan lo que quiero hacer. Después de haber trabajado en esto durante quince años, te das cuenta de estos detalles enseguida.
Rara vez hace falta intercambiar palabras para hacer una foto. Me han invitado en muchos hogares para fotografiar a familias enteras y pocas veces hemos hablado largo y tendido. Y eso es porque emocionalmente no me muestro como un extranjero. La gente comprende el poder de la fotografía y saben que si quieren compartir su lucha con el mundo exterior, yo soy su vehículo, su medio. Si no quieren que su historia se conozca, me lo hacen saber sin necesidad de pronunciar una sola palabra.
Tu proyecto “Mongolia: Golden Promises” (“Mongolia: promesas doradas”) parece tener un objetivo muy claro. ¿Qué intentabas contar con esta serie?
Empecé a interesarme por Mongolia después de leer varios artículos muy aburridos acerca de sus minas de oro y de cómo éstas estaban haciendo crecer el producto interior bruto. Normalmente hubiera leído algo así y me hubiera ido a dormir, pero cuando un país empieza a sufrir un cambio muy drástico en su bienestar siempre me pregunto qué efecto tendrá eso en la gente.
Cuando piensas en los cambios que hay en una sociedad siempre tienes que fijarte en el dinero. Nunca había estado en Mongolia y quería verlo con mis propios ojos. De eso va el fotoperiodismo, de estar en el lugar adecuado y observar.
Allí hay dos factores básicos. En primer lugar, la gente tiene dinero que consigue trabajando en las minas de oro, siendo propietarios o simplemente estando allí, siendo testigos y beneficiándose de los efectos de esta industria.
El oro de Mongolia
"Empecé a interesarme por Mongolia después de leer varios artículos muy aburridos acerca de sus minas de oro y de cómo éstas estaban haciendo crecer el producto interior bruto. Nunca había estado en Mongolia y quería verlo con mis propios ojos. De eso va el fotoperiodismo, de estar en el lugar adecuado y observar"
En segundo lugar, y éste es más un tema de globalización, en todos aquellos países que han sido aislados es imposible obviar la influencia occidental, ya sea la cultura americana, europea o la que sea. Mongolia no ha sido una excepción, con la única diferencia de que en este caso la influencia ha llegado 20 o 30 años más tarde que en China, por ejemplo.
Durante las dos últimas décadas se han adaptado muy lentamente a la cultura occidental, pero en los últimos cinco años esta adaptación ha sido mucho más rápida, así que mi proyecto es una exploración fotográfica del crecimiento que Mongolia está sufriendo a raíz de las minas de oro y de todo lo que ello conlleva. El proceso del cambio siempre me parece visualmente muy interesante. Por eso estuve allí un par de meses.
¿En qué tipo de proyectos fotográficos prefieres sumergirte? ¿En aquellos más cambiantes y del momento como la revolución en El Cairo o en algo como lo que hiciste en Mongolia, en los que el tiempo y la inmediatez no juegan tanto en tu contra?
Prefiero la fotografía de reportaje, pero no porque sea menos cambiante, sino por algo tan egoísta como el placer personal. Perseguir una historia que sólo yo he investigado y fotografiado, sin otros fotógrafos a mi lado haciendo lo mismo, es más creativo. Y lo prefiero.
Me gusta hacer fotos que sean únicas, y cuanto más me adentro en un reportaje, más entiendo lo que está pasando. Y eso conlleva mejores imágenes, con mayor sentido. Cuando hago fotos de noticias, comparadas con las de los reportajes, parecen más superficiales. No se puede invertir tanto tiempo en un proyecto como en otro.
“Mongolia: Golden Promises” | Foto: Timothy Fadek
No obstante, hay que tener en cuenta que cuando se viaja a un país como Mongolia siendo extranjero, uno nunca puede llegar a comprender ni absorber toda la cultura ni todo lo que está pasando allí. Soy consciente de este hecho, y sin duda es una desventaja.
Aunque, por otro lado, al ser extranjero ves las cosas desde otra perspectiva, una que quizás la gente de allí ha ignorado. Los trabajos que Robert Frank hizo cuando viajó a Estados Unidos son un buen ejemplo de lo que estoy diciendo.
En 2010 volviste de Haití con imágenes muy impactantes de los devastadores efectos que había tenido el terremoto. Pese a ser un profesional con años de experiencia, ¿Alguna vez te tembló la cámara al ver lo que viste y fotografiaste?
Emocionalmente me afecta estar rodeado por una tragedia como ésta. Mi cerebro no me permite volver de un lugar así sin haber cambiado. Puedo acabar muy deprimido después de cubrir una tragedia de estas características y puedo estarme semanas sin trabajar cuando vuelvo a casa.
La muerte es parte del ciclo de la vida, lo entiendo, pero ver tantos cuerpos apilados y pensar que cada uno de esos cuerpos representa una vida, un padre, una madre, un abuelo, un hijo… y que no tuvieron ninguna oportunidad, es muy duro. Durante el terremoto, en un minuto el 15% de la población del país murió.
A veces sería mejor para mi salud mental no ir a países así y no cubrir historias como éstas. Ver lo que he visto quizás me ha convertido en una persona más introvertida y triste, y no estoy seguro de que eso sea bueno personalmente. Pero de un modo extraño, y aunque haya muchos fotógrafos por el mundo, pienso que si no voy y hago las fotos que hago, ¿quién las hará?
Siempre habrá otro fotógrafo que me reemplace, pero me siento muy ligado a mi pequeña contribución en el mundo de la fotografía, esa pequeña contribución de un 1%. Creo que es una búsqueda noble y válida, y me siento afortunado de tener la habilidad de hacer fotos que tienen un sentido, que al cabo de los años tendrán un valor histórico. No sé qué pasará cuando yo ya no esté en el mundo, pero quizás mis fotos sobrevivirán en libros y enciclopedias como documento histórico de lo que pasó. Me gusta esa idea.
Yo sólo soy un hombre, pero mis fotos pueden ayudar a comprender el mundo, ser un registro de lo acontecido. Estar en la portada de la revista Time es genial, pero la gente se olvida de eso. Al cabo de unos años, sin embargo, quizás alguien busque información sobre lo que pasó en la revolución de El Cairo y se tope con un par de mis fotos.
Eres un contador de historias.
En efecto. Y con el paso de los años me interesan cada vez más las historias a largo plazo. Ya no sólo busco publicar una única foto en una revista. Con la edad he visto que mi evolución como fotógrafo va más en la dirección de historias y reportajes más largos.
¿Qué opinas sobre lo de buscar la foto bonita incluso en tragedias como las del terremoto de Haití?
Creo que el término foto bonita es demasiado general. La realidad de la fotografía es que tienes que conseguir que la gente se fije en tu foto, que se percate de ella. En otras palabras, hay que pensar en cómo se verá esa imagen y también dónde se verá: en un libro, una revista, una galería… ¿Realmente quieres hacer una foto aburrida que la gente ignore?
Creo que el poder de la fotografía se puede descomponer de un modo intelectual: composición, momento, buena luz, emoción, color o blanco y negro… Son muchos los factores que intervienen en la creación de una foto bonita, pero yo prefiero los términos potente o con fuerza para definir una fotografía.
Hay algunos aspectos clave que el fotógrafo debe tener en cuenta a la hora de trabajar. Hay que tomar decisiones técnicas como la exposición, el tipo de objetivo que vas a utilizar, el valor de apertura, etcétera. Si no tomas esas decisiones y viajas al otro lado del mundo para volver con un buen puñado de imágenes aburridas, lo único que conseguirás con ellas será llenar tu disco duro.
Tienes que tomar decisiones que afectan a tus imágenes y conseguir que éstas sean convincentes y absorbentes. Ésas son las palabras que me gusta usar para definir las fotos. La gente que las vea tiene que detenerse ante ellas, aunque sólo sea durante cinco segundos.
Trabajas en color y también en blanco y negro. ¿Alguna razón especial para escoger uno u otro formato en tus proyectos?
El color y el blanco y negro cuentan historias distintas. Cuando siento que el color resta en la historia que estoy contando, disparo en blanco y negro. El color, aunque tiene mucho poder para comunicar, en ocasiones es un estorbo, una distracción. Puede ser confuso a la hora de comunicar emociones. Al final, la decisión siempre es subjetiva.
“Juárez: City of Missing Women” | Foto: Timothy Fadek
Uno de tus trabajos, “Juárez: City of Missing Women” (“Juárez: Ciudad de mujeres desaparecidas”), es en blanco y negro y versa sobre el gran número de mujeres que desaparecen sin dejar rastro cada año en aquella ciudad. Parece ser uno de esos trabajos con miles de historias y que uno nunca termina.
Es una historia que se ha publicado en distintos lugares, y al final todo se reduce a la guerra del narcotráfico. Es un reportaje que hacía tiempo que quería hacer, ya que se trataba de un tema muy ignorado por los medios. Me atraía porque es un problema social en un país que odia a las mujeres. En México ser mujer no es bueno, especialmente en las zonas fronterizas, a diferencia de lo que pasa en Suecia, por ejemplo.
Al disparar en blanco y negro te centras más en la atmósfera y la composición. Me gusta reducir las fotografías a sus elementos más básicos. Es una decisión personal.
Seguro que tu presencia en Juárez no era del agrado de todos. ¿Sentiste que tu vida corría peligro alguna vez?
Por supuesto. Recuerdo que junto con un periodista nos hospedábamos en un buen hotel y un día recibimos una llamada a las tres de la noche. Una voz, en español, nos dijo que teníamos que irnos de allí a la mañana siguiente sin falta. También recibimos una visita a la habitación: alguien dio golpes en la puerta.
Pero no nos fuimos. Simplemente cambiábamos de hotel a menudo y alquilábamos distintos coches. También cambié mi modo de trabajar. No iba con la cámara en la mano, y la llevaba escondida en una bolsa. Te vuelves un poco paranoico en situaciones así. Desconozco si el peligro era real o no, pero esa llamada nos dio bastante miedo.
¿Crees que tus fotografías sirvieron para cambiar algo en Juárez?
Sin duda. Pasaron varias cosas. Yo estaba en contacto con distintas organizaciones de mujeres que protegían sus derechos y me dijeron que recibieron dinero extra de donantes privados para contribuir a solventar este problema. Habían visto las fotos y el reportaje y se habían decidido a ayudar.
También un grupo en Argentina que se dedica a la investigación forense quiso ayudar en la identificación de los cuerpos de las mujeres desaparecidas, y me preguntaron si podían usar mis fotografías. Yo se las cedí encantado y de forma totalmente gratuita.
¿Qué consejo le darías a alguien que quiera ganarse la vida contando historias por medio de la fotografía?
En primer lugar que esté preparado para no ganarse bien la vida con el fotoperiodismo. El fotoperiodismo, como profesión, se convertirá en un trabajo a tiempo parcial para la mayoría. Es un reflejo del declive general del periodismo. Si vas con esa mentalidad, no te sentirás decepcionado y podrás contar buenas historias con tus fotografías. No puedes esperar que todos tus ingresos provengan de este tipo fotografía.
En segundo lugar, la fotografía tiene que ser una obsesión para ti. No puedes verlo como una profesión. Y en tercer lugar, debes tener una curiosidad y un hambre desmesurada por comprender el mundo. Tienes que desear estar donde esté la historia. No puedes contentarte con ver algo en televisión o leerlo en el periódico.
También hay que leer mucho: revistas, libros, periódicos… Y moverse. El fotoperiodismo no se lleva a cabo en un despacho o en un estudio: se hace recorriendo el mundo. Hay que estar en forma y estar siempre muy activo.
Artículo publicado en www.quesabesde.com